Seguro que a estas alturas, como propietarios de perros y gatos, estaréis familiarizados con muchas de las efermedades que afectan a nuestras mascotas. No obstante, muchas veces nos olvidamos de aquellas que pueden pasar más inadvertidas, con síntomas inespecíficos, y evolucionar lentamente hasta convertirse en patologías graves. Es el caso de la insuficiencia renal crónica (IRC) , que afecta mayoritariamente a perros y gatos de edad avanzada.
¿En qué consiste esta enfermedad?
A grandes rasgos, podemos decir que se trata de una degeneración de los riñones, que les impide trabajar al 100%, haciendo que no concentren bien la orina e impidiendo que eliminen de manera adecuada las sustancias del organismo que se excretan de manera normal al orinar, como la urea.
Este problema, a su vez, desemboca en otros, que van desde deshidratación leve o severa y desiquilibrios electrolíticos del organismo, hasta alteraciones en la presión sanguínea, anemias, síndrome urémico o estado de shock, e incluso la muerte.
¿Qué solemos ver?
Por desgracia, muchos de los síntomas iniciales de esta enfermedad pueden pasar inadvertidos para el propietario, como: disminución moderada del apetito, pérdida de peso, leve deshidratación y polidipsia-poliuria (quiere decir que el animal bebe más agua de lo normal y hace más pipi de lo habitual). Con frecuencia, estos síntomas van apareciendo poco a poco, de forma gradual y, al darse más en animales de edad avanzada, el propietario lo asocia erróneamente a que ‘el animal ya es mayor’, ‘está cansado’ o ‘se ha
vuelto raro con la comida’.
A medida que la enfermedad progresa, los síntomas empeoran y aparecen síntomas nuevos, como vómitos, diarreas, letargia e incluso estados de shock, entre otros. Por desgracia, en muchos casos, cuando el animal llega a consulta, la enfermedad ya está muy avanzada y a los veterinarios nos es más complicado estabilizar al paciente. Por eso es de vital importancia realizar análisis periódicos a nuestras mascotas y analíticas sanguíneas a partir de cierta edad, para poder detectar patologías a tiempo.
¿Qué se puede hacer?
Es muy importante ser consciente de que la insuficiencia renal crónica (IRC) no se cura. Pero eso no quiere decir que no exista un tratamiento. En estos casos, el papel del veterinario, por desgracia, no es curar la enfermedad, sino hacer todo lo posible para que ésta progrese lentamente y el animal tenga una buena calidad de vida. A este respecto, cuanto antes se detecte la enfermedad, antes podremos luchar para frenarla.
A menudo nos encontramos animales de edad avanzada que son asintomáticos (sobre todo gatos), pero que ya tienen el riñón afectado. Detectado a tiempo y con el tratamiento adecuado, se puede conseguir una calidad de vida buena y que la IRC progrese más despacio.
El tratamiento principal consiste en una dieta adecuada, con niveles de sodio, fósforo y potasio adaptados para el riñón enfermo. Existe en el mercado toda una gama de dietas veterinarias adaptadas para esta enfermedad, aunque no deben darse sin prescripción
veterinaria ni tampoco si no son necesarias.
También juegan un papel importante los llamados ‘quelantes del fósforo’, que ayudan a eliminar el exceso de fósforo de la dieta. Los enfermos renales tienden a tener concentraciones de fósforo y calcio elevadas, que, entre otras cosas, pueden producir microcalcificaciones (pequeños cálculos) renales, empeorando aún más el estado del riñón. El quelante que por ahora funciona mejor es el hidróxido de aluminio.
Además de la alimentación, también existen tratamientos de protección para el riñón, como fármacos anti-hipertensivos, IECAS y tratamiento sintomático para controlar los vómitos o el estado de hidratación del animal entre otros.
En cualquier caso, el veterinario debe siempre valorar la mejor manera de tratar al paciente con IRC.
¿Qué pruebas pueden ayudarnos a detectar la enfermedad? Lo mejor siempre es realizar visitas periódicas al veterinario y analíticas sanguíneas en animales geriátricos o con sospecha de enfermedad renal. En estas visitas, el especialista valorará el estado general del animal.
Técnicas poco invasivas, como una analítica de orina, análisis de sangre, tira de orina y sedimento urinario, o una ecografía, suelen ser suficientes para el diagnóstico de la IRC.